Castillos de paz

Por más que hayas catado, toro de acero y chatarra, el agua bendita de la fuente de Canaletes, no volverás a Barcelona.

Que Dios nos ampare -y si no es Dios que sea quien sea- de la sombra de tu cornamenta que asomó ese jueves agostero por la boca del infierno, por aquel burladero por donde nunca hubiera imaginado que lograra abrirse hueco la furia integrista.

Que hagan el favor y no repitan aquello de "Muerte a las cinco" : que los malos recuerdos queden enterrados en la monumental sombra de "las Arenas" y para nada rambla abajo hacia el puerto goteando, resbalando y dando tumbos, pisando flores y echando abajo postales y mostradores volando. Que por los adoquines del famoso paseo hacia el Liceo no dejen de correr voces maestras, himnos en cada idioma, unidas independencias, discípulos de Picasso y Gaudí, besos de aceite con pan y tomate, playas góticas, piedras soñolientas y horizontes con mascarones de paz.

En la Boquería, con cava lo celebraremos. Despreciando tu angelical cara de odio sin temblar, y alzando en cada pueblo castillos humanos hasta la "senyera" bandera, rascacielos de vigilia de colores que protejan, como hermanazas, la "nostre" Sagrada Familia. Arriba de las cuales estaré yo, peinando su pundonor, como uno más. De "aixeneta", lidiando el vértigo y corneando los aires con el valor de mi alma.

2017